Los pecados de nuestros padres by Åsa Larsson

Los pecados de nuestros padres by Åsa Larsson

autor:Åsa Larsson [Larsson, Åsa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-17T00:00:00+00:00


* * *

Los primeros diez kilómetros en coche los pasaron en silencio. Tommy, en el asiento del copiloto. El cuello de la chaqueta, subido. El gorro, bajado hasta las cejas. Como si se estuviera escondiendo en una cueva.

«Siempre ha sido tan crío…», pensó Anna-Maria.

Se había alegrado tanto por él cuando Tommy se había ido a vivir con Milla, se había dicho que ella le brindaría la estabilidad que necesitaba.

«Como cuando en clase te ponían al lado de una compañera aplicada», pensó ahora.

Ella también había sido una de esas. La hacían sentarse al lado de niños nerviosos para que se estuvieran quietos.

Se sentía paralizada por la impotencia. Por lo visto, los empleados de la oficina de su cerebro que se encargaban de concebir las cosas adecuadas que decir ya habían terminado su jornada.

«En algún momento tienes que aprender a lidiar con la vida —pensó—. Divorcios, enfermedades, muertes. No puedes tirar la toalla cuando esas cosas ocurren. Hundirte y quedarte en el hoyo».

Tenía que hablar con él ahora. Porque así no podían continuar.

Pero debía ir con cuidado. Escuchar. Para que él no se pusiera a la defensiva.

Paseó la mirada por el paisaje del lago Torneträsk. Montañas blancas y suaves, sombras azul claro, reflejos del sol radiante. Era bonito. Era hermoso. Con tan solo mirarlo debería sentirse tranquila.

Y él se permitía el lujo de quedarse ahí sentado sin decir nada. Eso también era de lo más infantil.

«Pide perdón por lo menos —pensó—. Tampoco es tan difícil. También es una cualidad propia de los adultos. Saber que no todo es siempre culpa de otro».

Lo último que necesitaba Anna-Maria era que denunciaran a un miembro de su equipo por uso excesivo de fuerza. Cruzaba los dedos para que aquellos dos niñatos mantuvieran la boca cerrada. Al mismo tiempo, no dejaba de estar tan mal lo que había hecho.

Respiró hondo. Contó hasta cinco al inspirar y hasta cinco al espirar.

Robert solía hacerle bromas con eso, puesto que tenían cinco hijos. «Respira», le decía. Y se ponía a contar: «Un idiota, dos idiotas, tres idiotas…». Hasta cinco.

—Joder, vaya tarados —dijo de pronto Tommy.

—¿Los adolescentes? —preguntó Anna-Maria—. El chico tenía diecisiete años, Tommy.

Y al ver que él ya no contestaba, sino que parecía hundirse aún más en el cuello de la chaqueta hasta casi desaparecer, añadió:

—Lo que has hecho es totalmente inaceptable. Lo entiendes, ¿no? He hablado con ellos, así que si tienes mucha suerte no te denunciarán. Pero esto no puede seguir así. —Se detuvo. Ya estaba acusándolo demasiado—. Estoy preocupada por ti —continuó—. Muy preocupada.

Y luego le salió todo a chorro. Que si se pedía la baja cada dos por tres. Que si olía a resaca en el trabajo. Que si tenía que cuidarse, peinarse y espabilar un poco, y por favor, ir a hablar con alguien.

—Un profesional, vaya. Porque yo ni siquiera sé qué decirte. No soy tu madre.

—Pues suenas igual que ella —replicó él desde el interior de su chaqueta.

Entonces, Anna-Maria se puso tan triste que perdió el hilo de lo que estaba diciendo. Tardó otros veinte kilómetros en abrir de nuevo la boca:

—Te llevo a casa.



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